Se me fue el hambre, el sueño, el olfato y las ganas de
hacer cosas. No dejan de venir a mí, recuerdos, sensaciones, palabras…
Y pienso: "no estábamos tan mal", pero su incomprensión
gatilló un final que no buscaba, no esperaba y menos quería, porque todavía lo
amo, lo extraño y lo cuidaría por siempre.
Pero entonces, ¿dónde quedo yo? ¿Y mi sensación de
vulnerabilidad frente a mis miedos? ¿Le importa, acaso, si me siento cómoda en
algunas situaciones, o si otras me gatillan flashbacks incontrolables? ¿Dónde
queda su empatía frente a mi fobia, y dónde quedó su comprensión por algo, que
él sabe, me cuesta tanto?
No sé en qué palabra cruzó esa barrera intransable, y yo no
sé en qué momento puse ese punto de quiebre de “hasta aquí, y no más”,
pero fue uno de los avances que logré para poder continuar viviendo.
Sus
palabras fueron más crueles de lo que sonaron, porque me demostró que sí es
capaz de presionarme en esos temas delicados, y que sí pudo, a pesar de todo el
amor que me jura tener, agredirme, porque si no entiende que me agredió es un
completo imbécil.
¿Y en qué punto estoy ahora? Todavía me preocupa explicarle
los motivos, mis motivos, porque yo quisiera que nunca le hiciera eso a nadie
más, por último.
Por muchas cosas bonitas que sienta por él todavía, creo que
no podría dejar que me toque de nuevo, que me bese con ternura, o que me haga
el amor, porque siempre recordaría ese momento. No es que esté impedida de
amarle, es que en vez de intentar abrir una puerta de vidrio, le tiró una
piedra. Y era mi puerta de vidrio, que me costó tanto armar para que nadie más,
nunca, ni siquiera quien más amo, me pudiera hacer daño, porque en mi
tratamiento por abuso sexual infantil, al fin entendí que no voy a olvidar esos
daños, pero sí puedo establecer límites.
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